jueves, 8 de diciembre de 2011

La parábola del tonto

No se como llegue aquí, noto como el corazón me late muy deprisa y no puedo parar mis pies. Recuerdo momentos borrosos de a lo largo del día, pero no me dicen mucho, tan solo me hacen sonreír. Hace un frío espantoso, pero noto como mi cuerpo arde y se puede ver en mis sonrojadas mejillas como algo quiere estallar por dentro. Reconozco que estoy cansada de correr por esta calle interminable, pero de algún modo tengo que manifestar esta extraña e incontrolada energía. Tras unos segundos descargando mis impulsos me paro en seco, meto una mano en el bolsillo de la chaqueta y saco cuatro monedas, luego mientras mis ojos reflejan la luz de las farolas que me acompañan por el camino, lanzo las monedas sin mirar a donde caen. No me importa ni el color, ni el numero, solo espero que quien recoja alguna de ellas tanga la misma suerte que yo esta noche, hasta el punto de perder la memoria por ella.